De haber transcurrido la temporada como estaba previsto, a estas alturas debería estar pescando salmones por el cantábrico, pero lamentablemente las circunstancias del estado de alarma han truncado todos mis planes de pesca. Así que, haciendo malabares en plenas fechas de desescalada entre las fases I y II, he podido aprovechar algún sobrante para pescar truchas en la alta montaña madrileña, en el río Lozoya. Hacía 11 años que no pisaba este tramo y aquella última vez, no fue precisamente de mi agrado, ya que tuve que dejar de pescar debido al poco respeto que tienen algunos campistas y senderistas por el medio natural. Y es que las cuencas altas de los ríos madrileños en los últimos 20 años se han convertido en estercoleros ambulantes los fines de semana. En estos años, el concepto de hacer picnic, senderismo o bañarse, en las zonas de alta montaña, opciones a las que todo el mundo tiene derecho, ahora es “marica el último” sin sentido y control alguno, estén o no autorizadas. Desde el mes de mayo en adelante lo habitual es encontrarse masivos grupos de bañistas repartidos entre cualquier recoveco que puedan encontrarse a lo largo y ancho del valle del Lozoya y sobre todo junto al río. Saltándose las prohibiciones de aparcamiento y de baño fuera de los lugares autorizados. Es saber que estás haciendo algo mal y darte igual, pues como lo hacen todos, yo también lo hago, así “si me multan a mí, tendrían que multar a todos que están como yo”. Hay gente que de repente ya no sabe leer o se ha quedado ciega. No existe el sentido común, sólo cinismo y mala educación.
Lo peor de todo, es que, aunque con respecto y educación les adviertes de que está prohibido el baño, que han pasado por un cartel que así lo indica, pueden ocurrir varias cosas; que te ignoren, que no contesten, que cuando lo hagan te den excusas absurdas “Ah, no sabía, no lo he visto” o que en peor de los casos se enfrenten a ti con malos modales. Además, como la vigilancia es escasa o nula y llegan por todos los lados, tratando de encontrar el último resquicio cerca del agua donde montar la fiesta campal, tendrías que estar discutiendo cada 5 minutos o cada 50 metros de cauce. Así por tu propia seguridad, es mejor, si lo has conseguido a primera hora, dejar de pescar y marcharte. La semana pasada, pescando barbos con un amigo por las orillas de un embalse, el cual estaba plagado de bañistas, pese a la ordenanza local prohibiendo explícitamente dicha actividad, tuvimos un enfrentamiento con una pareja por llamarles la atención al respecto. Así que por evitar males mayores y como no eran los únicos que lo estaban haciendo y teníamos sólo la tarde para pescar, pasamos de conflictos y nos dedicamos a intentar pescar que era lo que veníamos a hacer.
No tiene nada que ver que hayamos estado confinados, si me apuras, esa circunstancia ha hecho que aflore aún más el ansia por el borreguismo. Es decir, hacer lo que nunca haces, sólo porque todos lo hacen o es trending toping. Pues sí, porque además las redes sociales precisamente alientan a querer hacer o estar allí, en ese sitio que mi amigo o vecino ha ido y ha hecho tal cosa, por eso del “yo también quiero”. Así es, somos capaces de subir una montaña imposible jugándonos la vida o volar un drone sin autorización en un Aeropuerto, cualquier cosa para subirlo a las redes y ser el mejor. Pero, volviendo al río, si hubiera la posibilidad de contar el número de bañistas que pasó por el Lozoya el año pasado con respecto a este, seguro que no habrá mucha diferencia, ya que antes se hacía por envidia y ahora se hace por envidia y porque parece que el desconfinamiento es el fin del mundo. Pero vamos, que no creo que esto ocurra sólo en Madrid, aunque aquí la situación esté siempre desbordada, puentes, vacaciones y fiestas de guardar.
Pero centrándome en la pesca, que es de lo que quiero tratar, os diré que esta salida truchera, me hacía mucha ilusión, primero porque llevaba muchos años sin pescarlo y segundo porque la situación vivida recientemente por el COVID-19 había creado en mi cabeza cierta presión que ahora por fin se liberaba. De hecho, la noche antes, mientras preparaba el equipo, me notaba nervioso por volver a meterme en el río.
Madrugamos para llegar al coto a primera hora de la mañana, tan sólo nos paramos para desayunar en el pueblo que poco a poco comenzaba a despertar. Llegamos al aparcamiento elegido, situado hacia la mitad del recorrido del coto, en el que estábamos solos. Ya en el río nos encontramos una mañana fresca pero soportable, sin viento y con un río limpio, buen caudal y de aguas frías como cabía esperar a esas alturas a 1.200 m de altitud. En unos minutos estábamos iniciando nuestro ascenso desde el límite inferior, echando nuestras ninfas entre las corrientes y pozos tratado de engañar a las primeras pintonas, que muy pronto dieron la cara. Como se suponía, nada de otro mundo, pequeñas todas, pero preciosas, pero al ser las primeras de la tardía temporada nos hizo mucha ilusión. En mi caso llevaba atada una Copper nymph en un #16 de punta y una Pale Nymph a medias aguas, ambas funcionaron bastante bien, aunque cabe destacar que la copper me dio algunas capturas más.
Por el lado de Santi, llevaba atada una sólo ninfa en el bajo, un perdigón gasolina que también le funcionó a la perfección.
Las truchas aguardaban mayoritariamente escondidas entre las piedras del río, por lo que las ninfas tenían que ir bien lastradas para provocarlas rozando el fondo rocoso pasando muchas veces entre las cavidades que éstas dejan en su configuración con otras. En algún pozo y sobre todo en las zonas sometas de éstos, se las podía ver pegadas al fondo del lecho aguardando el paso de algo que pudieran llevarse a la boca. En estos casos había que maniobrar con sigilo, pues el agua es sumamente transparente y las truchas se percataban de nuestra presencia, escondiéndose rápidamente.
Durante las primeras horas las picadas fueron esporádicas, las truchas agazapadas entre las piedras asomaban justo cuando tenían las ninfas a centímetros de su boca, por lo que había que entretenerse en cada postura propicia con varias pasadas hasta conseguir que alguna pintona picara. A medida que fue subiendo la temperatura y el sol hacía acto de presencia en lo más alto del valle, las capturas fueron sucediéndose con más frecuencia.
Numerosos grupos de personas paseaban por ambos márgenes del río, saludándonos y preguntándonos ¿Qué tal va la pesca?, era una auténtica romería. De vez en cuando nos topábamos con gente metidas en el río, incluidas mascotas, otros tumbados en las rocas tomando el sol y en general, mucha gente circulando por los alrededores. Sabíamos que eso iba a pasar así que sorteamos a los bañistas, sin llamarles la atención ni entrar en discusiones. Lamentablemente eran buenas zonas de pesca que no pudimos disfrutar.
Los tramos de alta montaña son exigentes, normalmente hay que saltar entre las rocas, subir laderas para esquivar vegetación y posicionarse bien en la postura. Dependiendo de la orografía nos vamos a encontrar distintos obstáculos que nos impedirán pasear cómodamente por alguna senda paralela al margen del río y aunque los hay, estos precisamente se encuentran en los cursos más llanos donde el río es más somero y apenas guarda peces. Las truchas normalmente buscarán corrientes y pozas más profundas donde poder esconderse. Así que hacia las 13:00 estábamos sentados a la sombra de unos pinos refrescándonos, almorzando y reponiéndonos del esfuerzo de la caminata de la mañana. Mientras nos deleitamos con el magnífico paisaje que teníamos delante, los sonidos del bosque y la visita de algún pájaro curioso. Estábamos muy a gusto, el sol en lo más alto, pero con una temperatura muy agradable en el valle que rondaría los 17/18°.
Tras el merecido receso, tocaba proseguir río arriba. No teníamos un plan concreto, pescaríamos con tranquilidad aquellas posturas que nos dieran confianza, dejando atrás otras que no lo fuesen y hasta que nos cansáramos. Continuaríamos pescando cerca uno del otro, a la vista, pero sin estar demasiado juntos. Alternando por una orilla y por la otra, así como quien avanzaba y quien se quedaba más rezagado. Daba tiempo para contemplar tan bello paisaje y hacer alguna bonita foto de recuerdo.
La talla de las truchas no había variado mucho, alguna que otra vez picaba alguna de 25-27 cm, las menos, pero la mayoría estaba rondando entre los 15/20 cm. Todas ellas de una belleza y bravura espectaculares. Las capturas se seguían produciendo alternativamente en ambas cañas con bastante frecuencia, aunque sorprendentemente en algunas pocinas con muy buena pinta, no salió nada y en otras con peor pinta, nos dieron más de una trucha.
Hacia la mitad del coto y en una poza profunda que terminaba en una tabla lenta, Santi se percata y me avisa que había visto algunas cebas. Prestos a observar un poco más, vemos como al menos un par de truchas suben a la superficie varias veces. Es el momento de probar fortuna con la mosca seca, por la que preparo el equipo atando en el bajo un pequeño tricóptero de CDC. Para cuando quiero lanzar, las truchas ya no suben, pero aún así prefiero probar a ver si levanto alguna. Pruebo varios lances, pero parece que las truchas han cambiado de tercio y ya no quieren subir. En fin, lo intentamos.
Tras varias pozas buenas, con varias capturas muy seguidas, seguimos avanzando por el último tercio del tramo, donde la dificultad en su recorrido es máxima, es una zona más embarrancada y llena de obstáculos, grandes rocas y árboles caídos a nuestro paso, nos van frenando en el ritmo de pesca. El río se encajona por momentos y tenemos que ir sorteando las posturas más adecuadas para echar las ninfas con cierto éxito. Así también el ritmo de las capturas disminuye considerablemente. Era el momento de hacer otro descanso y comentar la faena.
A partir de aquí, las capturas se produjeron muy discontinuas y para además para lograrlas había que patear más de lo normal para encontrar una postura decente. Una hora después decidimos dar por finalizada la jornada, sabiendo que tendríamos una buena pateada hasta el aparcamiento.
Por resumir, nos encontramos una jornada fresca y agradable para estar a finales de primavera, un cauce en muy buen estado y una población de truchas autóctonas más que decente. La única pega, la cantidad de senderistas que placen a sus anchas en la mayor parte del recorrido del valle, sin importarles si hay normas a cerca de ciertas actividades, lo cual hace que una jornada de paz en la alta montaña a 1200 m. de altitud sea todo lo contrario. Sólo por este motivo no recomiendo pescar estos tramos a partir de junio en fin de semana.
Una vez más, no vimos a ninguna autoridad medioambiental en todo el recorrido, supongo que son pocos, que hay un alto riesgo de icendios y otros menesteres que atender con tanta afluencia de público en todo este tipo de entornos naturales.
© PescataMinuta
Un relato muy bonito el cual le paso a mí hijo ya que de momento vive en Madrid. Tampoco comprendo la gente aún más si son jóvenes que no respeten las normas. Entiendo que no hay que tener miedo pues a quien? y a qué? Pero debería de existir un respeto por el bien de todos el cual como muchas cosas está desapareciendo a pasos gigantes. Un saludo amigo, Alberto, Farioreo
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Vaya que casualidad! Pues si, el respeto se está perdiendo, una pena. Gracias Alberto
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