¡No me lo puedo creer! un día espléndido como no recordaba esta temporada, después de tanto tiempo sin ver un cielo tan despejado y una temperatura tan suave, increíble. Ni una sola nube, nada de viento, en definitiva una día a priori perfecto y propicio para la pesca y un gran escenario a mi disposición, todo un clásico leonés “Cerezales”.
En el aparcamiento cerca del límite inferior y asomado desde el puente que cruza el río a su paso por el pueblo, observo un par de pescadores que madrugadores han comenzado su jornada. Así pues me apresuro con el equipo para entrar en faena y en contacto con en el río cuanto antes, pero en los minutos previos que dedico a la inspección de la zona no se observa actividad alguna en la superficie de los peces, aunque a primera vista la primera tabla tiene una pinta fabulosa.
Ya dispuesto me acerco al río y me preparo a situarme y entrar en acción buscando un remanso que tras la primera chorrera parece que puede albergar alguna que otra trucha. Según me voy acercando a la postura, veo un par de truchitas que salen despavoridas a mi paso, en las que no reparo en prestar más atención.
Pocos minutos después y entrado en acción de pesca aparecen otros tres pescadores más que me preguntan por la situación, a los que doy respuesta negativa aunque todavía con ilusión y tras desearnos suerte y repartirnos la tabla respetuosamente proseguimos nuestros destinos.
El agua estaba fría, pero la corriente no era muy abundante para la anchura del río en esta zona del río. Cuando llevo más de media hora y viendo que ni yo ni nadie sacaba nada, además de no observar actividad alguna de los peces, decido moverme a aguas arriba. Al salir tengo la mala suerte de resbalar y acto seguido la suela de fieltro de mi bota derecha se despega, a la que echo mano pronto, pero perdiendo cuatro clavos. Intento hacer un invento con cinta de embalaje, pero me dura tres pasos en el agua. Así que después de una hora larga perdida de pesca, decido continuar pisando con la suela de goma de la bota, con mucho más cuidado que antes por evitar los resbalones.
Según avanzo desde la orilla para buscar otras zonas con mejor suerte, me encuentro con el guarda el cual me explica la situación desde hace 10 días. Me dice que están soltando por las compuertas del canal de riego mucha agua y que por eso la zona inferior está afectada de caudal, poco agua, muy fría y los peces no se mueven del fondo. Al acercarse uno de los pescadores, le pregunto y me dice lo mismo, que las truchas están en el fondo y no se mueven, pero que no le gusta que haya tan poco agua. El guarda nos sugiere que nos pongamos aguas arriba de las compuertas que las tablas y pozas tienen más profundidad y tendremos más suerte.
Haciendo caso al guarda pero sin desaprovechar cada postura voy subiendo aguas arriba, lanzando un tandem de perdigones que profundiza bien, con la idea de clavar alguna trucha en el fondo, pero sin suerte. A eso del medio día, 12:30h aproximadamente, no había tocado pez, ni había vuelto a ver ninguno, ni siquiera a mi paso entre el fondo que pisaba. Mal presagio, pintaba mal la mañana y observando al resto, no era cuestión mía, nadie sacaba peces.
La primera captura no llegaría hasta un poco antes de las 14:00h y se trataba de una boga y en una media hora más, había clavado siete más. Me estaba entreteniendo a falta de pan…, pero no era igual, quería ver truchas y tenía ante mí un filón de bogas que atacaban a los perdigones como posesas.
Me dispuse a almorzar a ver se cambiaban las tornas y alguna trucha era atraída y capturada, pero hablando con un pescador que estaba con buldó y ahogada, me decía que sólo había clavado una trucha y pequeña en toda la mañana, que estaba asombrado.
Mi moral estaba baja, pero quedaba la tarde y tenía que volver a intentarlo. Eclosiones de pardones, rhodanis y tricópteros estaban siendo abundantes, pero las truchas estaban pegadas al fondo. Ni una sola cebada, increíble pero cierto.
Pero llegó el momento a las 15:15 tengo la primera picada, una pequeña pintona se clava en una ninfa oliva con cabeza de plata. Antes, otras cuatro o cinco bogas más habían caído. Por fin, había ganas, era como se hubieran tomado el día libre.
En una poza donde había quedado el tronco de un árbol hundido haciendo de barrera, capturo mi segunda trucha, esta vez un poco más grande. Y la última a la altura de la desembocadura del Curueño, donde otra pequeña pintona estaba aguardando a los brillos de mis ninfas.
Cansado ya de haber pateado buena parte del coto y no haber tenido mucha suerte con las truchas, me tomo un refrigerio y doy por terminada la jornada. La cual la recordaré como aquella que pudo ser y no fue. Pensando en que días posteriores tendré el Porma de nuevo y esta vez la suerte pueda estar de mi lado en el aspecto de las capturas, inicio mi viaje de regreso a Madrid.
Texto y fotos: PescataMinuta