En esta ocasión nos adentramos en el Parque Natural del Alto Tajo para llegar a la población de Taravilla, donde a unos kilómetros comienza el Coto sin muerte del mismo nombre sobre el río Cabrillas.
Llegamos al río temprano pues las predicciones meteorológicas apuntaban a que podríamos pescar con tranquilidad hasta el medio día y para entonces se podrían producir importantes tormentas en la zona. Con la intención de aprovechar la mañana nos apuramos en preparar equipos a pie de rio para comenzar cuanto antes, llevando consigo los chubasqueros por si las predicciones se adelantaban.
Comenzamos a pescar en la cabecera del coto y en los primeros acercamientos a las orillas del río, se pueden observar gracias a la transparencia del agua, muchas truchas que rápidamente se esconden al detectar nuestra ingrata presencia. Damos los primeros pasos y en el primer meandro pronto clavo la primera pintona, un bonito pez de medio tamaño con una librea algo oscura.
Los primeros metros del tramo son muy someros, tan sólo se ven ciertas posturas con algo de profundidad que pueden albergar truchas bajo algunas raíces de árboles pegados a la orillas y donde se van escondiendo los peces cuando no guardamos el suficiente sigilo. Precisamente es la gran dificultad que ofrece este coto, el no ser detectado al aproximarse a sus orillas para intentar pescarlo.
Después de una hora explorando los primeros 500 metros del coto, concretamente en la zona del tramo sin muerte, es la hora del almuerzo, antes de proseguir el resto del tramo en busca de zonas con más pozas y tablas que tengan más actividad de peces.
Tras el tentempié proseguimos el camino bajando aguas abajo, probando en distintas posturas que nos va ofreciendo el curso del río, pequeños rápidos, pozas, echadas arenosas y meandros que van despertando todo nuestro interés. De momento las truchas que vamos viendo son pequeñas, pero tontean con las ninfas que les vamos poniendo a mano. Parece que les cuesta picar los engaños. Miguel en uno de los meandros tiene una a punto de clavar, pero lo inesperado de la picada, le deja con la miel en los labios rápidamente. ¡Qué pena! Podía a ver sido una captura interesante.
Santi había tomado la delantera recorriendo el tramo y nos aventajaba unos 150 ó 200 metros aguas abajo. Por mi parte iba cerrando la expedición, escudriñando cada rincón que se ponía a tiro, con algo más de paciencia. Cuando llegamos a pequeño salto que se produce en el tramo y que termina en una rompiente con una poza muy interesante, consigo clavar otra pequeña trucha que no resiste la tentación de picar a una ninfa de bétido con cabeza dorada.
Posteriormente en un llano somero con cierta corriente, donde me había quedado rezagado unos 60 metros de Miguel que iba en segunda posición bajando el tramo, observo como alguna trucha también pequeña está en posición expectante en la orilla contraria a ver que traen las aguas del río. Decido dejar pasar la ninfa por delante y a la tercera pasada la tengo clavada en la mosca.
En otro meandro del río cubierto de vegetación en una de las orillas, decido probar fortuna con un perdigón oliva que dejo correr desde los rápidos hasta la zona más profunda, cuando de pronto noto la clavada de otra pequeña trucha, pero esta vez no logro capturar. Poco después arrimándome bien a la vegetación, otra trucha de generoso porte esta vez, no resiste la tentación del perdigón, pero nuevamente la suerte no está de mi parte y cuando la tengo a punto de su captura, ésta se vuelve a soltar. Era la mayor de la jornada, pero se quedó en el río.
Transcurre la mañana con algún que otro claro que baña de luz todo el valle del río, momentos en los que se ven algunas eclosiones de efémera, pero que los peces no aprovechan para comer en ese estadio. Parece que la actividad incluso de los peces disminuye. 300 metros más abajo me encuentro con Santi que sentado estaba tratando de sacar alguna trucha en una pequeña poza. Hasta ahora me cuenta que no había tenido fortuna, pero que no se daba por vencido.
Casi en el límite del tramo sin muerte me encuentro con Miguel, que la mejor zona de todo el coto por la buena tabla donde se concentra la mayor población de truchas y además de un tamaño interesante. La única pega y las truchas lo saben, es la cantidad de árboles y vegetación que rodea dicha tabla, que da una total protección a los peces y pone a prueba la astucia del pescador. Allí probamos un par de horas con distintas ninfas, pues no suben a comer a la superficie, pero tampoco terminan de entrar a las ninfas. Alguna parece más atrevida y algún pinchazo fallido nos da. Poco después acude Santi y pronto consigue capturar otros dos ejemplares, mediana y pequeña respectivamente, rompiendo un más que anunciado bolo.
Así estuvimos hasta un par de horas pasado el mediodía, pero las previsiones acertaron y pronto comenzó a llover. La cuestión es que teníamos el coche a unos 2 km aguas arriba y el cielo no tenía buena pinta. Cuando habíamos andado unos 400 metros nos calló la del pulpo en forma de tormenta de granizo y por dos veces. Para cuando llegamos al coche, íbamos como una sopa.
En fin, un final de jornada precipitado por el mal tiempo, que gustosamente hubiéramos alargado un rato más, pero que a pesar de todo nos dejó un buen sabor de boca al grupo.
Texto y fotos: PescataMinuta