En muchas ocasiones, nuestro espíritu aventurero nos impulsa a hacer cosas que en circunstancias normales no deberíamos hacer. Mucho tiempo atrás, mi juventud y situación familiar me permitían un ritmo de vida más alocado y las ganas de explorar me planteaban constantemente nuevos retos. Por lo que no me importaba salir a pescar en cualquier circunstancia climatológica. La nieve, lluvia y el viento, no eran suficientes como para abandonar esos deseos, había que salir, si o sí.
Con el paso de los años uno se vuelve más selectivo y la vez perezoso. Ya hay más experiencia acumulada, así como un sinfín de anécdotas que contar de los buenos y malos ratos que a veces se dan. Mayoritariamente sacamos a relucir los buenos y los más espectaculares, tratando de dejar boquiabiertos a propios y extraños. Pues como dice mi buen amigo Floro, «no sólo hay que estar de pesca, sino también pescando». Supongo que forma parte de nuestra condición humana, para lo bueno y para lo malo, a lo que tampoco le doy excesiva importancia, somos como somos.
Pero lo cierto es que de vez en cuando, al menos a mí me ocurre, cuando pasan más de 15 días que no he salido de pesca, tengo esa sensación tan tópica que llamamos «mono» y necesito escaparme, sea como sea. Con este ritmo de vida tan frenético, buscar un rato de paz y armonía es primordial y con la pesca siempre lo consigo.
Pongámonos en situación
Un otoño especialmente lluvioso por delante y unas ganas locas de salir. Es impepinable hacer una buena planificación durante la semana, sobre todo, si queremos acertar y pasar un buen rato de pesca a mosca.
Sabes de antemano y con certeza, que la climatología no acompañará, incluso que será difícil intentar pescar en dichas circunstancias. Además, el pronóstico está más que contrastado con distintos medios, salvo que por error todos se equivoquen. Ya sería raro que eso ocurriera, sobre todo cuando los datos de lluvia y viento son tan contundentes. Lo miras y lo requetemiras y lo analizas con calma, tu deseo de salir de pesca está por encima de la predicción y el subconsciente te dice que busques un hueco en el mapa y en algún momento del día donde se te conceda la más mínima ocasión.
Cuando lo encuentras, tratas de autoconvencerte de seguir adelante, porque además de estar limitado en una franja horaria muy tardía del día elegido, es el mejor de todo el fin de semana y tienes que hacer más de 200 kms para llegar al lugar. En ese momento vuelves a revisar el mapa, ampliando la zona de prospección, añadiendo kilómetros a cambio de más tiempo para pescar en condiciones decentes. Y es cuando te das cuenta de que no existen o son peores las predicciones, por lo que vuelves al plan A.
En la víspera, ya con todo el análisis hecho y con las mismas ganas que al principio, no hay quien te pare, mañana sales de pesca y ya veremos lo que acontece. ¡Aventura total!
Llega el día y lógicamente, saliendo de casa de madrugada con lluvia intensa y con todo cargado ya en el coche dispuesto a emprender el viaje, coges aliento de nuevo y piensas «suerte y al toro, maestro». Otra voz interna, a la que no quieres hacer ni caso te está diciendo, «pero ¿dónde vas muchacho con la está cayendo?». A partir de aquí ya no hay vuelta atrás, salga como salga, hay que plantarle cara al mal tiempo.
Es una de esas salidas en la que no hay ninguna prisa por llegar, puedes entretenerte más por el camino, echas combustible, vuelves a parar para tomar un café y mientras a ver si se equivocan AEMET y otros medios y cesa la lluvia para cuando llegues a tu destino. Pero no, el milagro no ocurre y para cuando tomas el último camino antes de llegar al río, el aguacero persiste y el barrizal es monumental. A pie de río, con calma desde el aparcamiento, observas con dificultad a través del parabrisas del coche la situación del entorno. La lluvia golpea en la superficie de las tablas del río y ofrece poca visibilidad como para salir del coche e intentar pescar. ¡Es querer y no poder!
Mientras en la cercanía se distinguen las siluetas de una jabalina y sus tres jabatos, que salen de la orilla del río y vuelven a la frondosa vegetación del monte, donde se pierden de vista.
Relajado en el interior del vehículo, sin cobertura móvil, aguardo un largo rato escuchando buen rock y despejando la mente. No hay prisa, pero si ganas de que el torrente haga una pausa y me permita salir del coche, aunque sea a estirar las piernas y observar el monte. Pero las horas van pasando y el aburrimiento es total, termino incluso echando una pequeña cabezada que por cierto, me viene muy bien.
Y por fin llega ese momento, la lluvia no es tan fuerte, el viento sopla racheado y por momentos me ilusiono con poder pescar algún pez. Hay que apresurarse, preparar rápidamente equipo y vestirme convenientemente para la faena. Quizás mientras me preparo, la lluvia puede incluso ir a menos y a partir de aquí se me pueda poner todo de cara. Me acerco a la orilla y aunque la visibilidad no es plena, con mucha concentración se pueden distinguir a algunos barbos merodear dentro de mi alcance. Otra cosa será distinguir bien la mosca entre las salpicaduras de la lluvia, pero intuyo que si un barbo la toma se podrá ver y notar con suficiencia. Pero pasan los minutos y no termino de ver a ninguno claramente, por lo que después de muchos intentos infructuosos, cruzo el río para aproximarme a una zona más somera e intentar verlos mejor. Mientras cruzo la lluvia vuelve a intensificarse, por lo que ya en la otra orilla voy directamente a refugiarme bajo la cobertura de una encina. En treinta segundos estaba empapado como una sopa y mi ilusión por los suelos.
Pocos minutos después observo como desde la otra orilla una cierva y su cervatillo acuden a beber agua. No notan mi presencia, aunque recelan mucho al ver el vehículo en mitad del aparcamiento. Al poco, tal y como vinieron se fueron, quedándome con las ganas de haber grabado o fotografiado la escena, pero con las prisas, salí del coche sin la GoPro y sin la cámara de fotos, ¡una pena!
Allí, bajo la encina, permanecí un buen rato, hasta la siguiente oportunidad con menos lluvia, que aproveché para volver a cruzar, llegar al coche y coger las cámaras. Pero esta vez me tuve que refugiar en el coche por la intensidad, era torrencial. A partir de aquí no veía nada claro el panorama, la fuerte lluvia me imposibilitaba apenas ver hacia fuera y si quería comer o beber algo mientras, era muy arriesgado, ya que el hecho de bajar y llegar a abrir el maletero para sacar cualquier cosa suponía que me tenía que volver a empapar.
Tenía dos opciones, aguantar a ver que ocurría en la próxima hora, o abandonar y volver a casa. Esto último rondaba en mi cabeza, pero me jorobaba tener que aceptarlo y pensar que, si lo hacía, igual al salir del camino dejaba de llover, lo cual me enrabietaría mucho más. En cualquier caso, ¡menuda encrucijada tenía encima!.
Finalmente decidí quedarme, o más bien, la indecisión fue permanente y me dejé llevar, lo que provocó que arrancara la tarde refugiado bajo la encina y sin poder hacer un sólo lance. Eso sí, el ver en el cielo que las oscuras nubes se desplazaban al este y que llegaban algunos claros, me generó expectativas positivas que durante el resto del día no tenía tan evidentes. Pero claro, eran casi las seis de la tarde y la lluvia no cedía.
¡Momentazo!
Y unos minutos después se produjo el milagro, la lluvia fue bajando en intensidad y poco a poco desapareciendo progresivamente. El momento esperado llegó y volví a la orilla del río a buscar a los peces. Ahora se ve mejor y pronto se pone el primero a tiro. La hormiga pasa dos veces delante de sus bigotes y a la tercera tentativa sube a por ella. ¡Guau! el primer barbo capturado. No me lo puedo creer, la espera había sido eterna, pero en ese preciso momento, a mi mente y a mi espíritu ya no les importaba nada. Un justo premio a mi persistencia, sin duda.
Ya sin nada de lluvia, pero con mucha humedad en el ambiente, empiezo a tener calor y el chubasquero enseguida me sobra. Hay buena luz y tiempo todavía por delante para intentar alguna captura más, así que me muevo en las zonas más calientes del río, cabeceras de las tablas y corrientes someras para volver a localizar alguno más. Y van llegando los buenos ratos de disfrute, los barbos también tienen ganas de subir arriba a por las artificiales que les ofrezco y se van dejando engañar poco a poco. Con algunos hay que insistir algo más de la cuenta, pero van dando la cara. El claro abierto en el cielo permite una fantástica visibilidad y el viento ha cesado completamente. Puntualmente algún black-bass se suma a la fiesta y se tiran a hormigas y chernobyl. ¡A estas alturas ya todo vale! y yo tan feliz.
Con un balance final más que digno, seis barbos capturados, dos fallados y un par de black-bass fuera del agua, pude completar una loca jornada en la que a base de muchas dosis de fe pude hacer lo que quería, pescar un rato.
Conclusión
El destino es caprichoso y está claro que nunca vas a saber como puede acabar algo que presupones de una manera determinada. Tampoco las cosas son infinitas y ya se sabe, después de la tormenta viene la calma, aunque a veces tarde mucho y no tengas la paciencia de esperar a ver que pasa. Podría haber estado todo el día lloviendo, quien sabe, tenía pinta, y haberme venido «bolo» pero la suerte me sonrió y me regaló un rato de pesca memorable.
Por todo ello he querido narrar esta historia tan especial, porque es eso mismo, adaptar tu mente y tu cuerpo al sin sentido de las circunstancias. Realmente no se si lo volvería a hacer. Hoy digo que no, pero ya se sabe…, quizás en el futuro vuelva a leer este post o a ver el vídeo, tenga esas mismas ganas y lo vuelva a hacer, ¿quién sabe?
© PescataMinuta
Muy buen Relato la verdad que días así sorprenden! Parece que no soy el único que para ir a pescar se pega 100,150 o 200km al sitio en cuestión…
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Gracias Jose GS, así es, la pesca es sorprendente. Para mi es una distancia habitual, un saludo
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Tienes razón, deberías de hacer vídeos de como hacer tus moscas y ma atarse el resultado. Diciendo todos los materiales y objetos que usas animando a la gente a que lo pruebe
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